Hace algunos meses venían a mí algunos recuerdos de cuando atravesaba la pubertad. Los años de colegio siempre serán recordados por muchos. Un lugar donde nacen los primeros grandes amigos, también las grandes experiencias que nos acompañarán a lo largo de la vida. Cuando escribía esta crónica no solo quise enfocarme exclusivamente en el colegio, sino que quise relacionarlo con variables externas que afectan de alguna forma nuestro paso por la educación. Sin nada más que decir, les presento la crónica.
LA SECUNDARIA
I.E. Gregorio Albarracín
El movimiento de los labios y la lengua, el suave impacto de los dientes,
unos sobre otros, mientras dejas salir cada palabra de tu boca y esperar, con
un nerviosismo mortal, la respuesta de la otra persona. Con las manos en los
bolsillos, no teniendo otro sitio donde ponerlas, porque quieres ocultar ese
temblor de tu tacto para no revelar esa timidez que te caracteriza. Si escuchas
su risa, te tranquilizas; si sus ojos te sonríen, una calma recorre tu cuerpo.
Estás frente a una persona con la que nunca hablaste, de la que te enamoraste a
primera vista, donde cada palabra es una mina que puede explotar y malograr el
momento para siempre.
No eres de salir mucho de tu casa. Te han tenido a salvo de un mundo
maligno. Mentira, te has tenido prisionero tú solo. Sobre tu cama, mientras
observas ese techo de calamina y una larga viga de madera que sostiene su peso,
mientras escuchas la música que tanto te gusta, te preguntas cómo será besar
realmente. Lo imaginabas cuando cada letra de cada palabra de esas historias
románticas te hacía pensar en ello, o cuando los actores lo realizan con
movimientos de baile bajo un paisaje admirable. Las voces de los cantantes, los
sonidos de los instrumentos, la melodía en general, te hacen cerrar los ojos y
dibujar, en esa oscuridad, una recreación imaginaria de alguna de esas chicas
—que viste brevemente en las calles de tu ciudad mientras un bus te
transportaba a algún lugar que no te importa recordar en este momento—
acercándose a ti, buscando con sus dedos tus manos y luego acercar sus labios a
los tuyos.
Cuando suena el timbre, tu salón guarda silencio. Aquellos profesores que
por primer año te enseñan podrían reaccionar diferentemente a los de primaria. Puedes ver las ganas controladas de tus
amigos, pareciera que fueran a explotar en cualquier momento. Los segundos
resuenan en tu cabeza, no dejas de mirar tu reloj, pero la bulla del patio de
tu colegio te atrae cada vez más y más. Cuando el profesor deja la clase,
ustedes celebran como si se tratase de una victoria. Los premios consisten en
un juego de cartas o ir por algún bocadillo en los pequeños quioscos que quedan
cerca de la cancha donde muchos juegan a la pelota. Pero te da miedo meterte
ahí porque los mayores patean el balón con una fuerza que muchas veces rompieron
ventanas de la institución, es por ello que ahora hay barras de metal para
evitar impactos. Pero esas últimas veces las actividades de recreo se
resumieron en solo una: escuchar las anécdotas de algunos compañeros con sus
enamoradas. Te parecían más interesantes que las historias de ficción que
conocías, a pesar de su poco valor creativo, pero tal vez era ese factor real
el que le daba un toque de atracción. Rodeados en círculos escuchaban cómo se
besaba, cómo conquistar a una chica, y parecía tan fácil que muchos se animaban
a inventar las historias más increíbles que uno podía imaginar en ese entonces:
romances con personas mayores que ellos o incluso pagar por ello. Cuando tocó
tu turno de contar tu primer beso pensaste en describir esa escena repetitiva de
tu imaginación, pero decidiste guardártela e inventar una historia irreal como
todos.
Esas noches eran frías. Salían como si se tratase de una estampida y los
auxiliares no podían controlar su furia. Muchos de ustedes terminaban siendo
empujados por los de años mayores, a pesar de la fuerza que ponían para
resistirles. En medio del tumulto que salían al exterior podías escuchar
groserías, bromas y apodos de personas que no conocías, que luego las usarías
con una naturalidad sorprendente. Los buses iban llenos y eran pocos los
estudiantes que lograban ingeniársela para subir a los vehículos. Mientras tú
esperabas uno de esos carros con números o letras, conversabas con tus amigos
sobre aquellos cuentos de la tarde. Todos decían con veracidad que sí, que efectivamente
eran verdaderas, no había otra opción que aceptarlas. Uno de ellos te dijo que
su primo no iba a su casa directamente, sino que en esa larga noche iban a
visitar los colegios de mujeres para conversar con amigas y hacer enamoradas.
No sabías si tomarlo como una mentira, pues siempre veías grupos de alumnos de
tu colegio de varones caminar por la alameda con chicas de otras instituciones.
Cuando ibas de tu casa al colegio, durante esos mediodías calurosos, veías
muchas chicas que se robaban inmediatamente tu atención. Soñabas despierto andar
con ellas de la mano, invitarlas a comer un helado o comprarles un peluche.
Pero el bus no podía parar y esos sueños se diluían rápidamente. Intentabas
mantener en tu cabeza detalles que te gustaban de ellas: el cabello, la ropa,
el tamaño, lo que sea. Por eso siempre escogías los asientos junto a las
ventanas. Nunca te ibas en los carros que se llenaban a medio camino porque
tenías que pararte y alejarte de esos sucios vidrios, así que elegías los más
antiguos, los que te dejaban más lejos del colegio donde estudiabas.
Tu cumpleaños se iba acercando. Te habías dejado crecer un poco el cabello
y el auxiliar te lo recordaba siempre. Entraste tarde las últimas veces para evitarte
esos regaños y tuviste que someterte a numerosos ejercicios que servían de
castigo para los impuntuales. En consecuencia, lograste mantener tu cabello un
poco más largo de lo normal y tu autoestima se mantenía en un lugar de donde no
querías que baje. Esa misma noche saldrías con un grupo de amigos para
encontrarte con un grupo de chicas de otro colegio. Habías llevado, escondida
en tu mochila oscura, la chaqueta que tanto te gustaba. Las horas se hicieron
eternas entre clases y recreos. Cuando por fin salieron no paraban de
molestarse entre ustedes, burlándose de cualquier mínimo defecto que podría
ocurrírsele a cualquiera. Un poco antes de que se produjera el encuentro el líder
de la expedición les advirtió que se comportaran como hombres y que no hicieran
el ridículo porque su honor dependía de ello. Cada uno hubiera querido soltarse
una risa, pero asintieron con sutileza.
Debajo de esa noche helada esperaban cinco jovenzuelos, entre ellos tú.
Cada uno mantenía una postura de chico malo que habían copiado de alguna serie
o telenovela, tal vez. Apoyados en la pared, el grupo veía el vaho despedido de
sus bocas ligeramente iluminado por la luz de un poste que alumbraba desde
arriba. Te decepcionaste cuando, después de un furor disimulado de tus amigos,
viste solo a tres chicas, y una de ellas estaba con el jefe del grupo ya. Un
saludo tímido se compartió sobre esa vereda y empezaron a caminar todos
acompañados de un silencio que era interrumpido de vez en cuando por los
carros.
Sentías su mirada observarte sigilosamente. Temías encontrarte con sus ojos
y no saber qué hacer, quizás quedarte congelado simplemente. No querías que los
demás se burlaran. No sabías cómo comenzar una conversación. Te parecía un reto
ahora, pero en tus relatos no habías considerado que fueran tan complejos. Poco
a poco los demás se iban separando hasta que ofreciste a acompañar a una a
tomar un bus donde tú también ibas a tomarlo. Unas risillas incómodas pudieron
notarse, pero no tenías otra opción. El sudor de tu frente empezaba a notarse e
intentabas quitártelo con las mangas de tu chaqueta. Pronto ella te hablaría,
preguntándote lo que uno siempre pregunta: “¿Y qué tal? ¿Cómo te va?” Y tú
respondiste lo que uno siempre responde: “Me va bien”. Entonces quedaron allí,
despidiéndose solo con un movimiento de manos. Mientras la observabas irse, en
ese bus de número primo, la llamaste telepáticamente. Esperando una respuesta,
una vuelta repentina suya para mirarse y despedirse como si hubieran tenido
toda una vida juntos. Empezaste a caminar y perseguir el vehículo que se
alejaba más y más en esa profunda noche. Te diste cuenta que no tenía sentido y
solo cerraste tus ojos. Entonces comenzaste a escribir una historia, una con
detalles nuevos que acababas de conocer, una con un final más agradable que
contar a tus amigos el día de mañana.
André Gonzalez Caballero
No hay comentarios:
Publicar un comentario